Lunes, 07:00 de la mañana. Suena tu despertador. Tienes que levantarte. ''Venga, joder'' te dices a ti mismo. No es tan fácil, no es nada fácil saber que tienes que despertarte. Da igual si vas al trabajo o a clase, a la universidad o a correr. Tienes que hacerlo. Y tienes que sacar fuerzas de donde sea para conseguirlo.
07:12, aún en la cama. Vamos, te dices. Consigues levantarte y... ¿ahora qué? Ah, sí, a sacar fuerzas. A abrir los ojos y aceptar que tienes que soportar el día de hoy. Pasas el día haciendo cosas, con la mente distraída, de vez en cuando, dando cabezadas, deseando volver a tu preciosa cama. Esa que siempre te entiende.
Y por fin acaba el lunes. No ha sido tan terrible, ¿no?
Al fin y al cabo, podría ser peor, podría ser domingo.
Domingo, no suena el despertador. Puedes pasarte el día en la cama. Puedes pasarte el día en tu habitación con la única necesidad de comer e ir al cuarto de baño.
¿Por qué tan terrible entonces?
Ah sí, demasiado tiempo libre. Y todos sabemos qué pasa cuando tenemos demasiado tiempo libre. Sí, pensamos.
Puede pasar miércoles, jueves, viernes e incluso sábado sin pensar en nada hasta que llega el domingo. Y piensas en tu vida. En cómo te va y en cómo debería ir.
Vaya, qué casualidad que hoy sea domingo, eh. El día en el que se empiezan trabajos, dietas, proyectos o blogs. Qué más da. El objetivo es proponerse algo, para que cuando llegue el próximo domingo te des cuenta de que no has hecho nada. No ha cambiado nada. Sigues igual de gordo. Sigues sin empezar cualquier trabajo. Sigues sin proyectos. Sólo tienes tu mente estúpida que cree poder conseguirlo todo y tu sentimiento de culpabilidad cuando ves que no eres capaz de llevar esas cosas a cabo.
Supongo, que todo es demasiado fácil cuando sólo lo piensas.